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Han pasado ya 10 años desde el accidente de moto que me dejó paralizada de cintura para abajo. Tenía 18 años cuando sucedió, y no tenía ni idea de lo que el futuro me depararía. Si me hubieran preguntado en aquel entonces si pensaba estar donde estoy hoy: con un máster en Trabajo Social y a punto de empezar a trabajar en lo que siempre he soñado, ser profesional de la tecnología de asistencia, además de haber ganado una medalla de oro en los Juegos Paralímpicos… hubiera dicho que sí. Ser lo mejor que puedo ser, haga lo que haga, es mi fuerza motriz interior. Este deseo, combinado con la fe y el valor son, según mi opinión, las tres cosas que me han llevado donde estoy hoy.
Parapléjica a los 18
Iba en la parte trasera de la moto en el accidente que me cambió la vida. La conductora perdió el control de la moto y nos salimos de la carretera contra un muro de cemento. Como consecuencia, salí despedida de la moto. Mi cuerpo golpeó una señal de tráfico, se me cayó el casco, sobrevolé una pared de más de 4 metros de cemento y descendí más de 9 metros por una pendiente, golpeándome con múltiples árboles y arbustos.
Mi amiga, que iba detrás de nosotras, me encontró unos minutos más tarde con las piernas separadas y mi cabeza hundida en la tierra entre ellas. No respiraba cuando me encontró. Me había roto la espalda y otros 18 huesos, uno de mis pulmones se colapsó, y quedé paralizada de cintura para abajo. Le dije que no podía respirar y le pedí que me acostara. Entonces intenté mover mis piernas y empecé a gritar una y otra vez que estaba paralizada. No me di cuenta entonces cómo de importante serían el coraje y la autodeterminación a partir de ese momento.
Deportista desde siempre
Antes del accidente, no había ningún deporte que no intentara o que no aprendiera a practicar rápidamente. Podría haber llegado tan lejos como hubiera querido en casi cualquier deporte. A pesar de las oportunidades que tuve a mi alrededor, luchaba por creer en mi misma. Siempre supe que era mucho mejor de lo que yo misma aceptaba ser, y me odiaba por permitir que mis propios pensamientos me menospreciaran como lo hacían. Fue una batalla que solo pueden entender aquellos que han sufrido depresión.
Cuando era joven, mi ídolo era Mia Hamm. Recuerdo leer sobre cómo entrenaba cada mañana antes de que el sol saliera. Entrenaba cuando nadie miraba. Releía esas páginas de su libro una y otra vez y le hablaba a todo el mundo de ella y de lo que hacía. Cada vez que hablaba de ella me iluminaba por dentro. Quería ser ella. Quería hacer lo que ella hacía. Mientras estaba tendida en la cama del hospital, sin poder jamás volver a mover mis piernas, me fui llenando de un terrible arrepentimiento por todas las oportunidades que pasé por alto.
Mi segunda oportunidad: el baloncesto en silla de ruedas
A medida que iba asimilando mi nueva realidad, hice la única cosa que podía hacer: me levantaba cada mañana y daba lo mejor de mí para pasar el día esperando que más tarde o más temprano, encontraría lo que necesitaba para volver a vivir. Me dije a mí misma que no importaba cómo, las cosas mejorarían de una manera u otra. No veía la luz al final del túnel, pero seguía levantándome cada mañana. Iba al gimnasio, al colegio, y cada noche lloraba hasta dormirme. Entonces, un año más tarde, descubrí el baloncesto en silla de ruedas. Supe que sería mi segunda oportunidad y que no iba a pasarla por alto.
Una silla de ruedas para baloncesto puede costar entre $3.000 y $7000 y yo no tenía ese dinero. Así que trabajé con la que tenía. Jugué más o menos un mes con mi silla de ruedas de diario. Completamente agotador. Podría compararse con jugar con unas chanclas, pero unas 100 veces peor. Justo cuando quería dejarlo, me prestaron una silla de ruedas para baloncesto. Era demasiado grande para mí, pero mucho mejor que jugar con mi silla de diario, y me dio la esperanza y la motivación que necesitaba para seguir adelante. Más tarde me hablaron de una organización llamada The Challenged Athletes Foundation, donde podrían ayudarme a conseguir una silla adecuada para jugar al baloncesto. La solicité y seis meses más tarde me la dieron.
Lo siguiente fue ir a un campamento de baloncesto para silla de ruedas dirigido por el entrenador del equipo femenino de baloncesto en silla de ruedas en la Universidad de Illinois. En ese campamento, no solo conocí atletas de élite, sino que mis ojos se abrieron a las posibilidades de ahí fuera: universidades que tenían equipos de baloncesto en silla de ruedas y la posibilidad de conseguir una beca. Irreal para mí. ¿Cómo en toda mi vida no había oído hablar del baloncesto en silla de ruedas, pasando por alto las sorprendentes oportunidades que había ahí fuera para gente con discapacidad?
Cómo el baloncesto en silla de ruedas me cambió la vida
De repente fui capaz de ver la luz al final del túnel y supe que era posible alcanzarla. No tuve ninguna duda de que iba a hacer lo que fuera necesario para ir a los Juegos Paralímpicos. Sabía que ello supondría ir por todo el país jugando con el equipo de baloncesto en silla de ruedas de la universidad para conseguir el entrenamiento, el equipo, y la competición que necesitaba si quería una oportunidad real.
Así que volví a casa y me puse a trabajar. Pasé horas y horas en el gimnasio. Estaba allí casi todas las noches hasta que cerraban, levantando pesas y jugando sola al baloncesto. Averigüé lo que necesitaba para entrar en una de las universidades que tenían equipo de baloncesto en silla de ruedas. Me volví a inscribir en las últimas clases que necesitaba para el traslado, envié mis solicitudes a todas ellas y seguí jugando al baloncesto tanto como pude.
Sobre la autora
La medallista de oro paralímpica Megan Blunk vive en Gig Harbor, Washington. Después de graduarse, quedó parapléjica debido a un accidente de moto. Megan recibió una beca para jugar al baloncesto en silla de ruedas en la Universidad de Illinois donde obtuvo su licenciatura en Psicología y pronto completará su máster en Trabajo Social.
Desde su accidente, ha competido en carreras de kayak y canoa, ganando dos medallas de plata en 2013 en uno de los campeonatos mundiales de canoa en Moscú. En 2016 ganó la medalla de oro con el equipo femenino de Estados Unidos de baloncesto en silla de ruedas en los juegos de Río.
Ser del equipo de Estados Unidos en los Paralímpicos de Río en el 2016 ha sido su objetivo en los últimos años y ganar la medalla de oro ha sido la recompensa por su trabajo y determinación.
Megan entrena y juega con una silla Quickie All Court
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