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▶ Lee la parte 1 de esta historia inspiradora
Dos años después de decidir que iba a ir a los Juegos Paralímpicos sin importar lo que costara, tuve la oportunidad que estaba esperando. Después de muchas horas en el gimnasio y de enviar solicitudes a universidades con equipos de baloncesto en silla de ruedas obtuve el entrenamiento cualificado: una beca completa en la Universidad de Illinois y para formar parte de su equipo. Fue un gran paso en el camino a Río.
Los siguientes cinco años jugué en la Universidad de Illinois. Los entrenamientos eran brutales, pero aprendí mucho. La fuerza en los brazos es fundamental así que los primeros dos meses, practicábamos subiendo y bajando las rampas en el estadio de fútbol.
El equipo entrenaba junto otros tres días por semana. Entrenábamos a las 6:30 de la mañana, de lunes a viernes y desde agosto hasta abril. Algunas mañanas el implacable tiempo de Illinois marcaba bajo cero y teníamos que entrenar antes de que se hubiera quitado la nieve de las aceras. Hacíamos todo esto mientras asistíamos a clases y estudiábamos durante toda la noche para los exámenes, mientras el resto de estudiantes estaban de fiesta.
Los fines de semana, subíamos al autobús docenas de jugadores, hombres y mujeres junto con nuestras sillas de ruedas, para viajar de 10 a 20 horas a torneos de cualquier parte. Allí jugábamos de 4 a 5 partidos.
Del equipo de la universidad al equipo nacional
Dos años más tarde lo intenté con el USA Development Team, añadiendo a mi vida un tipo de ocupación diferente. El entrenamiento con y para el equipo de Estados Unidos me consumió una gran cantidad de tiempo, fuerza y energía. No solo tenía entrenamientos en la universidad cada día de la semana, sino que también iba a la universidad con un montón de clases, ejercicios de fuerza y preparación, familia y otras relaciones que mantener, y sobre todo esto, seguía teniendo que luchar cada día con la depresión.
El equipo de Estados Unidos tiene un programa de entrenamiento descentralizado. Es decir, el equipo está distribuido por todo el país, y una o dos veces al mes volábamos a uno de los tres centros de entrenamiento. Colorado Springs, Lake Placid, o el centro de entrenamiento olímpico y paralímpico de Alabama Lakeshore.
Una vez allí, pasábamos juntos de cuatro días a dos semanas con dos o tres entrenamientos cada día, además de trabajar con nuestros nutricionistas y psicólogos deportivos, haciendo sesiones de integración del equipo, revisando vídeos y discutiendo planes y jugadas. Cuando no estábamos juntos, pasábamos nuestro tiempo libre haciendo determinado número de tiradas y ejercicios de fuerza y preparación que cada semana presentábamos a nuestros entrenadores.
Superándome a mí misma
Hubo un montón de veces en las que simplemente no quería levantarme de la cama. Llegaba a mi apartamento después de tres horas de entrenamientos y lo único que quería hacer era irme a dormir. Ir a clase, estudiar, hacer trabajos, y después volver al gimnasio para mis ejercicios individuales era lo último que deseaba hacer. Pero conseguí centrar mi atención recordándome a mí misma cada día por qué estaba haciéndolo, lo que quería en mi vida, y las cosas buenas que sabía que podrían pasar si no abandonaba.
Pensaba que no quería volver a tener que arrepentirme. Pensaba en cómo la gente me vio el primer año después de mi accidente; toda la pena que sintieron por mí porque iba a vivir el resto de mi vida en una silla de ruedas. No quería darles la oportunidad de que volvieran a mirarme con pena otra vez. Estaba decidida, no solo a probarme a mí misma sino al mundo entero, que estar en una silla de ruedas no significa que mi vida esté acabada. Nada ni nadie iba a cambiar mi objetivo de ir a los Juegos Paralímpicos.
Cumpliendo objetivos
A final lo conseguí. Hice exactamente lo que me propuse. Y sabiendo esto, sucedió como me dije a mi misma que sería. Ya no vivo con el arrepentimiento de mi pasado y he demostrado al mundo y a mí misma que puedo hacer cualquier cosa, sin importar el qué.
Y fui bendecida siendo parte de algo realmente asombroso. No solo llegué a los paralímpicos, sino que lo hice con el grupo de mujeres más impresionante que nunca hubiera imaginado tener como compañeras de equipo. Juntas, hemos superado todos los obstáculos en nuestro camino y hemos mostrado al mundo lo que el trabajo duro y la determinación pueden hacer… ¡y ganamos el oro!
He sido afortunada, y lo sé. Estaba en lo cierto cuando hace 10 años le dije a un periodista que creía que el accidente sucedió por una razón y que aquello me iba a hacer una persona más fuerte.
Sobre la autora
La medallista de oro paralímpica Megan Blunk vive en Gig Harbor, Washington. Después de graduarse, quedó parapléjica debido a un accidente de moto. Megan recibió una beca para jugar al baloncesto en silla de ruedas en la Universidad de Illinois donde obtuvo su licenciatura en Psicología y pronto completará su máster en Trabajo Social.
Desde su accidente, ha competido en carreras de kayak y canoa, ganando dos medallas de plata en 2013 en uno de los campeonatos mundiales de canoa en Moscú. En 2016 ganó la medalla de oro con el equipo femenino de Estados Unidos de baloncesto en silla de ruedas en los juegos de Río.
Ser del equipo de Estados Unidos en los Paralímpicos de Río en el 2016 ha sido su objetivo en los últimos años y ganar la medalla de oro ha sido la recompensa por su trabajo y determinación.
Megan entrena y juega con una silla Quickie All Court