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Como fisioterapeuta pediátrica, una de las preguntas más frecuentes que me hacen los padres es, “¿Va a poder andar mi hijo?” Naturalmente, este es uno de los temas más sensibles. Todos los padres anhelan poder ver cumplirse el sueño de ver a su hijo dando sus primeros pasos. También es un tema realmente emotivo para nosotros, los fisioterapeutas.
Como su fisioterapeuta, compartimos la misma alegría cuando se cumplen esos hitos tempranos. Siempre me he sentido feliz cuando una familia vuelve a la clínica realmente emocionada por “enseñarme” cómo su pequeño anda de forma independiente. ¿Pero, qué pasa con los niños que probablemente nunca puedan ser capaces de dar esos pasos de forma independiente? Cuando empecé a trabajar como fisioterapeuta, esto era algo que me costaba gestionar. Había niños que, sin importar la cantidad de terapia que recibían, siempre precisaban de la asistencia de un andador. Al principio era difícil ver más allá de todos esos dispositivos de asistencia y reconocer que el niño estaba logrando alcanzar sus pequeños hitos en lugar de esos grandes logros terapéuticos que yo esperaba.
Los bipedestadores se prescriben de forma habitual cuando el niño/a tiene unos 12 meses, ya que si siguieran los patrones temporales de desarrollo motriz típicos, ese sería el momento en el que intentarían ponerse de pie. Sin embargo, tras tratar este tema con varios fisioterapeutas, el siguiente paso (andar) no está tan fuertemente ligado al desarrollo típico psicomotriz. Una vez revisados los artículos sobre este tema, se concluye que la edad más común en la que un niño con necesidades adicionales precisa de andador es sobre los 2-3 años de edad. Aun así, también se ha visto el uso de tecnología de asistencia a la movilidad sobre los 9-12 meses de edad, cuando los niños con movilidad típicamente independiente comienzan a explorar sus alrededores. Los dispositivos de sedestación y bipedestadores se prescriben de forma muy habitual para que los niños puedan alcanzar esas metas, ¿Pero por qué no para andar? ¿Es andar menos prioritario o se ve como algo que aporta menos beneficios? ¿La preocupación se basa en que la asistencia para andar puede dar lugar a una tonificación muscular anormal y las estrategias se basan en gestionar esa tonificación en primera instancia?
Los beneficios físicos de andar son múltiples y están bien documentados: mejora la función intestinal y la densidad mineral de los huesos, reduce las contracturas musculares, mejora la resistencia cardiovascular y la movilidad (Paleg and Livingstone, 2015). La ICF (Clasificación Internacional del Funcionamiento y la Discapacidad) también nos anima a considerar en igual medida los amplios beneficios de usar un andador en el desarrollo social, emocional y psicológico del niño. George et al (2020) midió estos beneficios junto con otros muchos beneficios físicos, y se reportaron mejoras en la resolución de problemas, cognición, amistades y comunicación, entre muchos otros.

Cuando trabajaba en NHS (Servicio Nacional de Salud de Reino Unido), mi mentor era un mánager que decía: “Si sientes que un niño podría beneficiarse clínicamente de un dispositivo o equipo, entonces el niño debería tenerlo”. Esto me permitió probar una gran cantidad de dispositivos, andadores especiales, y conseguí aprender qué funcionaba y qué no. También me permitió prescribir andadores a un niño cuando era realmente conveniente para él, y no tener que verme restringida por cuestiones como el precio o el tiempo. Adopté la estrategia de “vamos a probar y ver qué pasa”, lo cual quiere decir que incluso cuando un niño no muestra todos los signos de estar listo, intentaríamos igualmente usar un andador (¡O dos o tres!) y ver qué pasaba. Obviamente, también consideraba el desarrollo global y las necesidades médicas del niño, ya que algunos tienen problemas que les impiden el uso de andadores, y estos se tienen que tener siempre en consideración. Aun así, no soy capaz de llegar a contar la cantidad de veces en las que no estaba del todo segura de que el niño fuese capaz de moverse en un andador, pero cuando lo intentamos, ¡Nos sorprendieron a todos!
A medida que pasaba el tiempo, me acostumbré a centrarme en lo que el niño podría conseguir con la ayuda de un dispositivo de movilidad, en lugar de centrarme en el equipo en sí. Ahora puedo decir con honestidad que ver al niño dar sus primeros pasos en un andador es una de las partes de mi trabajo más gratificantes. Ser capaz de verlos mejorar sus habilidades, desde un pequeño movimiento o un paso inicial, hasta ser capaces de andar y moverse hacia un destino, es una de las experiencias más emocionantes de las que he formado parte.